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Publicado: Lunes, 05 Octubre 2020 22:30
A ocho meses de que la pandemia por el nuevo coronavirus se expanda por todo el mundo, son muchos los hallazgos que siguen esclareciendo el panorama. Sin embargo, los misterios y los interrogantes alrededor de esta enfermedad siguen generando confusión.
Mientras la pandemia circula, se controla y reaparece, los estudiosos no dejan de abrir puertas posibles a nuevos conceptos. Así fue como algunas medidas que se creían valiosas empezaron a modificarse en función a los nuevos conocimientos.
El COVID-19 se transmite por el aire
La trasmisión en el aire del COVID-19 sigue siendo materia de debate, pero esta semana 239 expertos se pronunciaron a través de un documento presentado por el Laboratorio Internacional de Calidad del Aire y Salud de la Universidad Tecnológica de Queensland, Brisbane, Australia, en donde se hace un llamado a la comunidad médica y a los organismos nacionales e internacionales relevantes para que reconozcan el potencial de propagación por el aire de la enfermedad del coronavirus. “Existe un potencial significativo de exposición por inhalación a virus en gotitas respiratorias microscópicas (microgotas) a distancias cortas a medianas (hasta varios metros, o escala de habitación), y estamos abogando por el uso de medidas preventivas para mitigar esta ruta de transmisión aérea”, sentencia el documento.
Los estudios de los firmantes y otros científicos han demostrado más allá de toda duda razonable que los virus se liberan durante la exhalación, el habla y la tos en microgotas lo suficientemente pequeñas como para permanecer en el aire y representar un riesgo de exposición a distancias superiores a 1 ó 2 metros de una persona infectada. Por ejemplo, a velocidades típicas del aire en interiores, una gota de 5 μm viajará decenas de metros, mucho mayor que la escala de una habitación típica, mientras se asienta desde una altura de 1,5 m hasta el suelo.
“La evidencia es ciertamente incompleta para todos los pasos en la transmisión de microgotas de COVID-19”, confirman los expertos, pero recalcan que siguiendo el principio de precaución, se deben abordar todas las vías potencialmente importantes para frenar la propagación de la COVID-19.
José Luis Jimenez, experto en química ambiental, definió al SARS-CoV-2: “Desde el punto de vista técnico es un virus que se transmite por esta vía de los aerosoles y un poco por las superficies; es difícil de entender ya que no es súper contagioso. La medicina y los epidemiólogos tienen la creencia de que si un virus se transmite por el aire tiene que ser muy contagioso y esto es un error de la historia; han negado que las enfermedades o los virus se transmiten por el aire y sólo se han demostrado las que eran muy contagiosas”. Esta tesis refuerza el hecho de que existe la transmisión aérea del nuevo coronavirus y es más importante de lo que se creía.
“Los aerosoles son pequeñas partículas, pequeñas bolitas de material, o saliva o fluido respiratorio que salen al hablar o al respirar y flotan en el aire. También salen las gotas más grandes que caen al suelo en uno o dos metros pero además salen partículas mucho más pequeñas que no vemos y ahí puede haber un virus, y entonces esas se quedan flotando en el aire, y otra persona la puede respirar y así infectarse”, especificó el químico, que según la Universidad de Colorado es el quinto científico más citado a nivel mundial en geociencias durante los últimos 10 años.
Muchas enfermedades, incluido el COVID-19, infectan con mayor eficacia cuando están cerca. Dado que las gotas son visibles y caen al suelo hasta a dos metros, podemos ver y comprender fácilmente esta ruta de infección. De hecho, durante décadas se pensó que la tuberculosis se transmitía por gotitas y fómites, basándose en la facilidad de infección en las proximidades, pero la investigación de la ciencia finalmente demostró que la tuberculosis solo se puede transmitir a través de aerosoles. “Creo que hemos cometido un error similar con COVID-19”, manifestó el profesor de la Universidad de Colorado.
Incorporar suficiente vitamina D reduce 52% las probabilidades de morir a causa de COVID-19
Una nueva investigación determinó que obtener vitamina D está relacionado con un menor riesgo de sufrir infecciones graves por coronavirus y padecer síntomas graves como confusión, pérdida del conocimiento, dificultad para respirar y muerte. Las personas que incorporan suficiente vitamina D tienen un riesgo 52 por ciento menor de morir de COVID-19 que aquellos que tienen deficiencia de la ‘vitamina del sol’, revelaron.
Se trata de un estudio llevado adelante por la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston de los Estados Unidos, en donde los científicos se preguntaron qué hace que una persona sea más propensa a contraer COVID-19. La falta de vitamina D se determinó mediante la medición del elemento ´25-hidroxivitamina D´ en sangre, según un nuevo estudio en más de 190.000 personas dirigido por Michael F.Holick, PhD, MD, endocrinólogo estadounidense, especializado y reconocido en el campo de la vitamina D, profesor de Medicina, Fisiología y Biofísica Molecular en el campus médico de la Universidad de Boston.
En este contexto, tres importantes estudios analizaron los efectos del aislamiento en la salud y la importancia de la vitamina D, que necesita de la exposición al sol y al aire libre para incorporarse adecuadamente al organismo y llegaron a la conclusión de que existe suficiente evidencia científica para determinar que la deficiencia de este compuesto ‘del sol’ aumenta el riesgo de contagio.
Este nuevo estudio retrospectivo, que se publicó en el sitio médico PLOS ONE, mostró una fuerte correlación entre los niveles sanguíneos más altos de 25-hidroxivitamina D y las tasas más bajas de positividad para el SARS-CoV-2, especialmente en pacientes que vivían en códigos postales predominantemente afroamericanos e hispanos.
“Esta intervención simple y económica de tomar vitamina D puede ayudar significativamente a reducir el riesgo de infección por este virus mortal”, concluyó el principal investigador del documento científico.
El mundo de los reinfectados
Cuando una persona vuelve a dar positivo por coronavirus SARS-CoV-2, ¿realmente se reinfectó o es la expresión del mismo virus que permaneció latente en el cuerpo durante varios meses hasta que generó síntomas o fue detectado en forma asintomática?
La respuesta es que ambas pueden suceder, pero es más difícil comprobar que se trate de una reinfección. El infectólogo Ricardo Teijeiro, admitió que según investigaciones científicas, es posible reinfectarse de coronavirus, como el famoso caso de Hong Kong, pero eso requiere que pasen varios meses y dos análisis genéticos que lo comprueben.
“En el último tiempo se está confundiendo una reagudización del mismo cuadro con una reinfección certera. Hasta ahora son muy pocos los casos en el mundo en donde se han comprobado reinfecciones. Cabe aclarar que en otros cuadros virales se observan otros procesos infecciosos. Al SARS-CoV-2 lo estamos conociendo y es posible que se pueda quedar mucho tiempo en el cuerpo, generando distintas patologías según el organismo que infecta”, explicó el experto.
Y agregó: “Respecto a los anticuerpos que una persona genera tras contagiase, hay que aclarar que no siempre están presentes y quedan. O tal vez pueden permanecer en una mínima expresión, que no es suficiente para que la enfermedad se vuelva a manifestar. En el organismo se produce una enorme respuesta celular, pero esa respuesta muchas veces no coincide con ser anticuerpos protectores”.
“La reinfección sin síntomas no es lo mismo que volver a enfermarse. La persona puede recibir nuevamente el virus porque tiene la célula de memoria que lo que hace es que nuevamente produzca rápidamente anticuerpos y bloquee el virus en la puerta de entrada”, sentenció Adrian Rabe, epidemiólogo del Imperial College de Londres.
Fuente: Infobae.com
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Publicado: Lunes, 05 Octubre 2020 12:05
Expertos aseguran que la destrucción de hábitats naturales hace que las enfermedades zoonoticas, como el Covid-19, se hayan cuadruplicado en 50 años.
Cielos rojo sangre; animales silvestres calcinados; árboles centenarios muertos de pie y convertidos en ceniza; humo, humo por todos lados, humo obstaculizando nuestra visión, humo invadiendo nuestros pulmones. No son escenas del apocalipsis. Es San Francisco (Estados Unidos), es el Pantanal (Brasil), es el Delta del Paraná (Argentina), es nuestra casa. Nos estamos quemando vivos. Y vamos por más: porque con cada hectárea de bosque o humedal que arrasamos, con cada árbol que talamos, con cada especie que exponemos al peligro de la extinción, la probabilidad de que generemos –sí: generemos– una nueva pandemia como el Covid-19 crece.
Unos años atrás, ante los empresarios y jefes de Estado más poderosos del mundo, la entonces desconocida Greta Thunberg –quien, a partir de ese momento, movilizó a millones de jóvenes a la acción climática– dijo:
“Los adultos siguen diciendo: ‘Demos esperanza a los jóvenes, se las debemos’. Pero, yo no quiero su esperanza, no quiero que estén esperanzados. Quiero que entren en pánico, que sientan el miedo que yo siento cada día. Y, después, quiero que actúen como lo harían en una crisis. Quiero que actúen como si la casa estuviera en llamas, porque lo está”.
Hoy, más que nunca, estamos sintiendo las llamas en nuestra piel, en el aire que respiramos, en el encierro al que nos obliga el Covid-19, en todo lo que estamos perdiendo. ¿Estamos sintiendo el pánico? Y, si es así, ¿por qué seguimos alimentando las llamas?
El hombre y sus zoonosis
No es la primera vez que nos vemos arrinconados por una enfermedad. La historia de la humanidad está atravesada de situaciones similares: ejemplos son la peste negra o bubónica, que provocó más de 75 millones de muertes en Europa en muy poco tiempo durante el siglo XVI; y la gripe española, que redujo la población mundial en entre un 3 y un 6 por ciento de 1918 a 1920.
Lo que sí está cambiando es la recurrencia con que estas enfermedades, zoonóticas en su origen (es decir, son virus que se transmiten de animales a humanos) emergen.
Diversos investigadores sugieren que estas, incluso, se han cuadruplicado en los últimos 50 años. Y el surgimiento de cuatro –SARS, gripe aviar (H5N1), gripe porcina (H1N1) y Covid-19– en este joven siglo XXI parece confirmarlo. En todos los casos, se trató de virus exclusivos de poblaciones animales que mutaron, invadieron un organismo humano y luego se propagaron como patógenos nuevos en la población mundial.
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Fuente: Pilar Assefh - Clarín.com