Vive con un puma ciego y dirige una reserva que los protege
Quién es Kai Pacha y de qué se trata Pumakawa, el centro de rescate del felino americano y otras faunas que creó en el Valle de Calamuchita.
Kai Pacha no siempre se llamó Kai Pacha. Fue Karina Maschio hasta que la rebautizaron con una misión que iba a signar su vida. Está al frente de Pumakawa, un centro de rescate ubicado en Villa Rumipal, en el Valle de Calamuchita, donde desde hace 27 años cura, alimenta, protege y revaloriza el rol de los pumas. Y no solamente se ocupa de ellos.
Fue su padre quien montó el lugar donde hoy está la reserva. Kai, por entonces, era nómade: vivía en un rastrojero, dormía en el asiento y llevaba de aquí para allá un carrito remolcado que convertía en escenario itinerante para dar funciones de mimo. Actuaba sin palabras. Con eso se ganaba la vida y también hacía frente a su dificultad. Kai se soltó a hablar y a socializar “de grande”; tardíamente llegó el diagnóstico que iba a explicar por qué había sido una chica especial, tan retraída: su personalidad tenía rasgos autistas.
Después de recibirse en Córdoba de Trabajadora Social, con gran esfuerzo, y cursar media carrera de Derecho, necesitó salir del sistema en el que no se sentía contenida. El rastrojero le otorgó libertad, y la mímica, expresión.
Un día fue al campo que manejaba su papá, un predio de 25 hectáreas lleno de animales; había ido a visitarlo y a darse un baño, no más, pero se terminó quedando. “Él estaba muy solo con un montón de cosas para hacer. Miré el lugar y vi lo que yo podía hacer por los animales y ellos por mí”, asegura Kai.
Finalmente, ella quedó a cargo del lugar. Su papá, mientras tanto, se fue en busca de otra ocupación que resultara rentable. Hasta entonces, el espacio había tenido fines turísticos, y Kai le dio un giro con un enfoque educativo. “Trabajaba de sol a sol, pero estar con los animales me hacía feliz”, recuerda. Había varias especies, pero no felinos. Todavía.
En octubre de 2000 llegó una pumita, Cacuma. Había muerto su mamá y, descalcificada por falta de leche materna, su salud era delicada. “Yo a veces me siento más animal que persona, me muevo por la intuición. Sacarla adelante fue eso: tuvo seis diagnósticos de eutanasia y yo estaba convencida de estar entendiendo sus ganas de vivir”.
De hecho, la Cacu cumplió 21 años y recién el 26 de diciembre pasado murió de vejez. Su recinto, enorme, sigue vacío; es como un templo enlutado que honra su existencia fundadora. Su llegada inauguró el santuario que hoy es Pumakawa.
En el nombre de Kai Pacha
En 2009, un incendio forestal, ocasionado por la imprudente quema de ramas en plena época de alerta roja, amenazó con destruir todo. “Estas llamas inmensas crujen como un monstruo que avanza –se estremece Kai–. El segundo frente del fuego vino hacia las pumeras. Corrí y abrí sus puertas para que no se quemaran en los recintos. Los solté. Yo no veía nada por el humo, tenía los ojos irritados. Corría y les pedía perdón por la estupidez humana. Cuando llegué a donde estaba la gente que ayudaba, noté que se asustaban al verme. Confundida miré hacia atrás y los vi”. Nueve pumas quietos, mansos, la rodeaban. La seguían, como preguntándole ¿y ahora qué hacemos? “En ese momento dieron vuelta mi vida”, concluye Kai. Volvió a nacer, y con otro nombre. Los amigos le pusieron Kai Pacha, que significa “puma protector del aquí y ahora”.
“Cada vez que me llaman, me recuerdan para qué estoy acá –afirma–. Hice una presentación legal y el juez aceptó el nombre ʻpor la misión de la persona’. Eso creó jurisprudencia en Córdoba, la posibilidad de nombrar a alguien en función de lo que quiere ser”, explica con el mismo tono activista con el que lleva adelante sus ideas.
Kai cree que hay segunda vuelta. Siempre. Confía en la reparación y en que es posible transformar el mundo en un lugar mejor. A eso se dedica mientras cura, alimenta y cuida a sus pumas.
“Lo mejor que podría pasar con Pumakawa es que desaparezca”, exclama segura y sorprende con semejante sentencia. Es imposible imaginarla sin su reserva.
Fuente: LaNacion.com